En la menopausia ocurren cambios a causa de la disminución de hormonas. Te contamos cómo cambia la microbiota vaginal en esta etapa vital de la mujer.
Cambios en la microbiota vaginal con la menopausia
A lo largo de nuestra vida las mujeres experimentamos cambios significativos en nuestro organismo, y uno de los periodos de mayor transformación – pero que menos atención recibe- es la menopausia.
Estos cambios no solo se manifiestan externamente o a través de síntomas generales, como los conocidos y molestos sofocos o la sequedad vaginal, sino que tienen un profundo impacto en el ecosistema vaginal, específicamente en su microbiota, la cual desempeña un papel crucial en la protección y el bienestar íntimo.
Comprender cómo la menopausia afecta la microbiota vaginal es fundamental para manejar los problemas de salud asociados y mejorar la calidad de vida en esta etapa. Y cada vez más estamos descubriendo que su papel va más allá de lo que hasta ahora conocíamos e imaginábamos.
Efectos de la menopausia en el cuerpo femenino
La menopausia es un evento biológico completamente natural en la vida de la mujer. Se produce cuando cesan de forma definitiva los ciclos menstruales y, con ellos, la capacidad reproductiva. Es decir, dejamos de ovular y, por tanto, ya no podemos quedarnos embarazadas.
Y aunque sí, la menopausia se caracteriza por el fin de la menstruación, la realidad es que es mucho más que eso: es una etapa vital en la vida de la mujer que trae consigo transformaciones profundas —no solo hormonales, sino también inmunológicas, metabólicas y microbiológicas— que influyen en múltiples aspectos de la salud.
Desde el punto de vista clínico, diagnosticamos la menopausia de forma retrospectiva: hablamos de menopausia cuando una mujer no ha tenido la menstruación durante 12 meses consecutivos, habitualmente entre los 45 y 55 años (con una media en torno a los 49-51 años).
Antes de ese momento, muchas mujeres atraviesan lo que llamamos perimenopausia o transición menopáusica: un periodo variable en duración e intensidad en el que empiezan a aparecer alteraciones en el ciclo menstruual (meses en los que falta la regla, o reglas distintas a las habituales) así como los síntomas clásicamente asociados a la menopausia: sofocos, alteraciones del sueño, cambios de humor o molestias vaginales.
El acontecimiento biológico central es la disminución progresiva de la actividad ovárica. A lo largo de la vida reproductiva, los ovarios van perdiendo su reserva de ovocitos, tanto en cantidad como en calidad y lo hacen de forma progresiva y exponencial. Esto significa que la pérdida se acelera con la edad y se traduce en ciclos cada vez más irregulares, en una menor probabilidad de embarazo… y también en un mayor riesgo de abortos espontáneos si hay gestación en esta etapa.
Además de la disminución del número de folículos, la dinámica folicular también cambia durante esta fase desde un punto de vista hormonal: Inicialmente, la pérdida de tamaño en la cohorte de folículos lleva a una caída de la inhibina B (una hormona que frena la producción de FSH) lo que provoca un aumento compensatorio de la hormona foliculoestimulante (FSH).
Esta FSH elevada intenta estimular a los ovarios, pero lo hace de forma errática: a veces consigue provocar ovulaciones y ciclos más regulares; otras veces no logra que un folículo madure del todo, y el ciclo se interrumpe, sin llegar aún a la amenorrea definitiva. Una especie de montaña rusa hormonal que puede durar meses… o años.
Cambios hormonales y síntomas más comunes
Durante la perimenopausia los ovarios van reduciendo su producción de estrógenos y otras hormonas sexuales. Esta caída hormonal no es lineal ni predecible, lo que explica por qué algunas mujeres experimentan síntomas de forma intensa y otras de manera más leve y lo que explica también la variabilidad que encontramos en las analíticas hormonales realizadas en este periodo.
Esta deficiencia hormonal es la causa subyacente de muchos de los síntomas que experimentan las mujeres durante esta etapa, ya que conducen no solo a la disfunción ya mencionada del ciclo menstrual, sino afectan también a otras partes del cuerpo con alta densidad de receptores hormonales, como por ejemplo la vagina. Los síntomas por todos más conocidos son los llamados vasomotores, que incluyen sofocos, sudoración, alteración del sueño, irritabilidad o cansancio, llegando a afectar hasta el 80% de las mujeres durante esta fase y pudiendo llegar a durar hasta más de 5-7 años.
Más allá de los síntomas vasomotores, la disminución de estrógenos también tiene consecuencias directas en el área genital y urinaria. Esto es lo que conocemos como “síndrome genitourinario de la menopausia”, un concepto amplio que engloba los síntomas vaginales, vulvares, urinarios y del suelo pélvico derivados de la carencia hormonal, principalmente de la falta de estrógenos.
Esta disminución de estrógenos provoca cambios en la anatomía y funcionalidad del área genital, produciendo síntomas como sequedad vaginal, irritación, picor, ardor, falta de lubricación durante la actividad sexual o dolor con las relaciones. Asimismo se suelen asociar síntomas urinarios como escozor, urgencia miccional (ganas imperiosas de orinar) e infecciones urinarias de repetición.
Estos síntomas, quizá menos visibles pero a menudo más persistentes, tienden a empeorar con los años y a afectar gravemente la salud sexual y la calidad de vida de las mujeres. Y entre todos estos cambios, uno de los más olvidados —pero esenciales para nuestro bienestar íntimo— es el que ocurre en la microbiota vaginal.
¿Cómo cambia la microbiota vaginal durante la menopausia?
Antes de hablar de la microbiota vaginal tenemos que entender qué es y cuáles son sus funciones. La microbiota vaginal es el conjunto de microorganismos que residen de forma natural en la vagina.
En la mujer en edad fértil, la microbiota vaginal es muy rica, compuesta por 100M a 1000M de microorganismos por milímetro de secreción vaginal. La microbiota vaginal en condiciones saludables está dominada principalmente por bacterias del género lactobacilos —como L. crispatus, L. jensenii, L. iners o L. gasseri—, cuyo papel es clave en la protección frente a infecciones.
Estas bacterias producen ácido láctico, lo que mantiene el pH vaginal en un entorno ácido (entre 3,5 y 4,5), creando así un ambiente poco favorable para la proliferación de microorganismos patógenos. Además, secretan otras sustancias antimicrobianas que actúan como una barrera natural, ayudando a preservar el equilibrio y la salud de la vagina.
Sin embargo, con la llegada de la menopausia se produce una disminución drástica en la producción de estrógenos. Este hecho tiene un impacto directo en la vagina, y es que el epitelio vaginal se adelgaza, pierde sus rugosidades características y su elasticidad, un proceso conocido como atrofia urogenital, además de perder el aporte de glucógeno a la microbiota vaginal, lo que lleva a una reducción radical de la cantidad de lactobacilos en la vagina.
Para hacernos una idea, la concentración de microbiota puede descender a valores de aproximadamente el 1% de la que había durante el periodo fértil. Y con la disminución de los lactobacilos, el pH vaginal aumenta significativamente (pH > 5) lo cual conlleva un aumento de otros microorganismos, incluyendo Gardnerella vaginalis, Ureaplasma urealyticum, Candida albicans y Prevotella spp..
Consecuencias del desequilibrio de la microbiota
Este desequilibrio de la microbiota vaginal (o disbiosis) tiene consecuencias reales para la salud de la mujer postmenopáusica, y es que existe un vínculo directo entre las molestias vaginales de la menopausia y la calidad de la microbiota vaginal. Los síntomas más comunes asociados son: la sequedad vaginal (presente en el 55 al 70% de las mujeres) y el dolor durante las relaciones sexuales (afectando del 29 al 44% de las mujeres).
La disminución de los lactobacilos provoca un aumento en la predisposición a infecciones vaginales como vulvovaginitis candidiásica o alteraciones como la vaginosis bacteriana. Además, los cambios en el ecosistema vaginal facilitan la colonización de la vagina con enterobacterias, bacterias intestinales que pueden ascender al tracto genital y urológico aumentando el riesgo de infecciones urinarias recurrentes, algo que vemos también frecuentemente en la menopausia.
Esto ocurre porque debido a la disminución de lactobacilos, aumenta del pH vaginal lo que a su vez facilita la entrada de bacterias como Escherichia coli, responsable de más del 80% de las cistitis. Otros factores como el cistocele (prolapso de la vejiga) y la incontinencia urinaria también pueden estar relacionados con infecciones urinarias de repetición.
Todos estos cambios, que a menudo se normalizan o minimizan, impactna directamente en la calidad de vida, la salud sexual y el bienestar psicológico de las mujeres. Y lo más preocupante es que muchas lo viven en silencio por falta de información o acceso a tratamiento.
Cómo cuidar la microbiota vaginal durante la menopausia
Aunque los cambios hormonales de la menopausia son una causa fisiológica importante de alteración de la microbiota, no podemos olvidar otros factores que podrían empeorar la situación como tratamientos con antibióticos, higiene inadecuada (habitualmente excesiva), estrés, consumo de tabaco, entre otras.
Acabamos de ver que existe una relación directa entre el estado de la microbiota vaginal —especialmente la presencia de lactobacilos— y la salud íntima en la etapa postmenopáusica. Por eso, uno de los objetivos fundamentales del cuidado en esta etapa es primero, evitar los factores que acabamos de ver que van a actuar como predisponentes (evitar el tabaco, el estrés, la higiene excesiva, etc) y segundo, recuperar un entorno vaginal saludable y, por último, si es posible, favorecer la recolonización por lactobacilos beneficiosos.
En primer lugar, una de las estrategias más efectivas para lograrlo es el uso de estrógenos locales, un tratamiento que contribuye a mejorar la calidad de la microbiota y a disminuir los síntomas de atrofia vaginal.
Además, se ha observado que la terapia hormonal se asocia a una mayor presencia de lactobacilos. El efecto de los estrógenos en este contexto tiene una explicación sencilla: al aumentar la hidratación vaginal, se crean las condiciones ideales para que estas bacterias beneficiosas puedan crecer y establecerse.
Ahora bien, ¿qué pasa con las mujeres que no pueden o no desean usar tratamientos hormonales? Aquí es donde los probióticos vaginales entran en escena como una opción terapéutica cada vez más interesante. Estos productos contienen cepas específicas de lactobacilos —habitualmente aisladas de la microbiota vaginal saludable— y pueden administrarse por vía oral o vaginal.
Su objetivo es ayudar a restaurar el equilibrio, mejorar el entorno vaginal y reducir la presencia de microorganismos patógenos. Aunque la evidencia aún es limitada en algunos casos, diversos estudios han mostrado resultados prometedores en cuanto a la mejora de síntomas como la sequedad, el picor o la predisposición a infecciones recurrentes. Por eso, en determinados perfiles de pacientes, los probióticos pueden formar parte de la estrategia integral de cuidado en la postmenopausia.
Papel de los probióticos en la salud vaginal postmenopáusica
Como acabamos de mencionar, los probióticos vaginales han empezado a ganar terreno como una herramienta prometedora para el cuidado de la salud íntima no solo en mujeres con candidiasis de repetición sinó también en la postmenopausia.
Pero, antes de entrar en detalles, pongamos las bases: ¿qué son exactamente los probióticos? Se trata de microorganismos vivos que cuando se administran en cantidades adecuadas pueden aportar beneficios para la salud. En el contexto ginecológico hablamos de cepas específicas de lactobacilo, elegidas por su capacidad de adherirse al epitelio vaginal, producir ácido láctico, competir contra patógenos y reequilibrar la microbiota tras episodios de infecciones o tratamientos antibióticos.
Y es aquí donde los probióticos pueden jugar un papel clave: reintroducir o promover el crecimiento de bacterias beneficiosas para restaurar el entorno vaginal. Y aunque aún se necesitan más estudios de calidad para confirmar su eficacia a largo plazo, los primeros resultados son prometedores y ya se están recomendando en la pràctica clínica habitual. Además, también se puede valorar en algunes pacientes candidatas a combinar los probióticos junto con el tratamiento con estrógenos locales.
En cuanto a los probióticos, existen formulaciones tanto orales como vaginales, aunque son más frecuentes los preparados orales ya que pueden aportar beneficios añadidos al modular también la microbiota intestinal —que, recordemos, está implicada a su vez en el metabolismo de los estrógenos.
En definitiva, cada vez tenemos más presentes a los probióticos como aliados para el cuidado íntimo en la menopausia. Solos o combinados con estrógenos, pueden ser una pieza clave dentro de un abordaje integral que ayude a mejorar la salud ginecológica y el bienestar en esta etapa a veces tan olvidada.
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Autor
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Lorena Serrano (@hello.gyn) es ginecóloga y divulgadora en salud femenina. Su misión es romper tabúes y ofrecer información clara y basada en evidencia sobre ginecología y salud sexual. Se formó en Medicina en la Universidad de Barcelona y se especializó en Ginecología y Obstetricia vía MIR, con formación complementaria en patología mamaria y en nutrición y salud de la mujer. Desde su perfil en redes sociales comparte contenido educativo y cercano, con una visión de la medicina centrada en la mujer, el respeto y la comunicación.
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